Musicoterapia para autismo o musicoterapia para ser humano

18 Abr 2022

Ponencia para VII Jornadas de AMURA, Buenos Aires 1997 y Exposición para Primeras Jornadas de APADEA-Mendoza 1999 (con presencia de Ángel Rivière) he reducido parte del texto original que se encuentra en las Actas de las Jornadas Respectivas.



Desde una concepción de las patologías como tipos de “organizaciones psicobiológicas diferentes” y no como “desorganizaciones de la normalidad”, encontramos desde nuestro trabajo cotidiano con niños autistas o que padecen trastornos generalizados del desarrollo, que desde el hacer musicoterapéutico aportamos una escucha también diferente: intercambio de sonidos y silencios; esteriotipias transformadas en juego en la repetición; espejo de movimientos, referente último de la presencia del otro; espera paciente de tiempos en búsqueda del “tempo” y “pulso” personales; permiso de exploraciones espaciales sonorizando objetos e incorporando sensaciones; contención cuerpo a cuerpo, delimitante de espacios personales...

Realizamos una permanente búsqueda de la estructura sonoro-témporo-corpo-espacial de ese niño que se nos presenta como “desconectado”, ausente en su presencia, rítmico en sus rituales, en sus estereotipias, o en sus acúfenos, melódico en sus ecolalias y en sus gritos, armónico en sus desarmonías...

Quizás suenen o resuenen estos párrafos como mera literatura, un intento más de agregarle magia poética a una realidad patética que encontramos cotidianamente en nuestros consultorios. Como artistas intentamos brindar un ámbito donde el niño encuentre un equilibrio entre el respeto por su accionar y la posibilidad de creación. Como terapeutas tratamos que este ámbito respete estructuras básicas que le ofrezcan la seguridad necesaria para sus nuevos aprendizajes respecto de la relación con los objetos, las personas y consigo mismo.

Se establece así un vínculo, desde el cual se irá aportando al proceso terapéutico basándonos fundamentalmente en la comunicación.En instituciones es factible encontrar niños con cuadros neurológicos complejos, en los cuales, la “desconexión” y los conductas autísticas son un componente más: Síndrome de Rett, Síndrome de West, Parálisis Cerebrales, secuela de Rubéola congénita, Esclerosis Tuberosa, secuela de Citomegalovirus, Síndromes convulsivos de diferentes tipos, hipoacúsicos,etc...

Desde la Musicoterapia no evaluamos un diagnóstico sino cómo ese ser humano, rotulado de determinado manera se relaciona con el sonido y sus parámetros, cómo se expresa motrizmente, cómo utiliza su voz y es capaz de imitar ya sea con o sin objetos acciones sonoras o corporales.
En ocasiones las imitaciones son pequeñas acciones asincrónicas o diferidas; otras veces aparecen como mera expresión del reflejo cócleo recurrencial, sin embargo indican cierto nivel de conexión y cuál será el umbral comunicacional.Hay sesiones que comienzan con actitud indiferente por parte del Musicoterapeuta, otras en las que se imitan llantos o gemidos característicos; a veces el diálogo se establece desde el movimiento, otras reforzando la magia de ausencias y presencias detrás de una cortina o dentro de una gran caja.

Los juegos sonoros que se realizan se basan generalmente en las esteriotipias motoras que trae el niño, trasladándolas a un tambor, una flauta o una guitarra, brindándole otra utilidad al gesto, y motivando un cambio cualitativo en la relación con los objetos. Ya no será el gesto como descarga o autoestimulación sino el gesto en función de obtener algo placentero de un objeto determinado. Cada niño es un pot-pourri sorpresivo de movimientos, miradas furtivas, descargas rítmicas. Nos desafían en una búsqueda permanente de recursos comunicacionales y en consecuencia, a desarrollar al máximo nuestra capacidad creadora. Es difícil establecer constantes de respuestas relacionadas con determinados estímulos sonoros, sin embargo conociendo a fondo a cada niño podemos inferir que ciertas pautas pueden ser generales y son aquellas que se refieren a intensidad del sonido y altura.

Sin embargo estas pautas no pueden ser generalizadas si el niño no está en una situación de juego altamente placentera en la cual no necesite desplegar sus conductas defensivas debido a alguna pequeñísima señal de posible inseguridad. No es extraño encontrar niños que tapan sus oídos defendiéndose del “habla” y sin embargo luego es posible encontrarlos apoyados en parlantes de un equipo de sonido a máxima intensidad.

Para el Musicoterapeuta poder situarse en la escucha del niño, implica anticipar reacciones de aislamiento, abarcando lo que suena dentro y fuera del consultorio; es una escucha que intenta dominar el tiempo y el espacio, ya que hay ocasiones que en la calle o en la sala de espera, o en otra habitación de la casa suceden escenas que invaden el contexto y modifican la escena que se actúa con el niño.

Esta indiferenciación de vibraciones que el ser humano percibe desde antes de nacer parece ser que se mantiene como tal a lo largo de la primera infancia del niño que nace con autismo, siendo estas personas sensibles a las sutiles variaciones acústicas o a los fenómenos vibratorios del ambiente.

Desconocemos aún las causas que con certeza modifican la migración neuronal en determinado momento del desarrollo de ese niño que luego se nos presentará como autista, pero sí sabemos que estamos ante un ser humano con serias dificultades de comunicación con su medio y con serias dificultades para comprender lo que le sucede a él y a las personas que lo rodean. Entendemos que debemos brindar productos culturales humanos para su desarrollo, teniendo en cuenta la teoría de la plasticidad cerebral y la influencia de la cultura en el proceso básico del aprendizaje. La música es un hecho inherente al ser humano, es expresión de emociones y sensaciones, recrea los sonidos de la naturaleza, y los combina con exclusivo efecto expresivo, desprovista de intelectualidad.

La Musicoterapia surge entonces como una terapia más, pero desde la cual se intentará una conexión con el universo de las emociones y los afectos.

Los musicoterapeutas “jugamos” con las vibraciones, estimulamos la percepción a través de la piel, del movimiento de aire recibido por el analizador auditivo como sonido, con sus timbres, sus intervalos sus ritmos, etc. Los objetos intermediarios (instrumentos musicales u objetos sonoros en general) le permiten a la persona autista una relación exenta de pánico y le brindan un marco de seguridad afectiva que surge de la propia actividad lúdico-sonora en pos del desarrollo de la intersubjetividad.

El juego sonoro no-verbal, o el canto utilizado sin contenido semántico, pueden brindar un modelo expresivo donde de alguna manera cabe la anticipación y el colocarse en el lugar del otro para poder continuar con la experiencia sonoro-musical planteada.

Y para concluir: los musicoterapeutas nos conectamos con sujetos, personas individuos, ricos en subjetividad y más ricos en su individualidad:

“Un sujeto, con su cuerpo y con su voz.
Un sujeto, con sus resonancias.
Un sujeto, con su historia y su presente.
Un sujeto, con sus espacios y sus distancias.
Un sujeto, con sus presencias y sus ausencias.
Un sujeto, con sus silencios y sus ritmos.
Un sujeto, con su identidad de actuante.
Un sujeto que es principalmente un Ser Humano.”